Carlos Barbarito | Víctor Chab


© 2013 Foto: Liliana Sánchez

For us, there is only the trying. The rest is not our business
T.S. Eliot, East Cocker

Parafraseando un conocido dicho: la pintura
es algo demasiado difícil para dejarla en manos
de los pintores.
Víctor Chab.




A diferencia de otros, Chab revela, expone, desnuda y jamás enmascara. Debajo de máscaras –como las de aquellos antiguos que ensangrentaban en demasía el cuerpo de Cristo para que no se notase su ignorancia de la anatomía humana-, muchos esconden o disimulan su torpeza. Se necesita valentía para rehusarse a usar máscara y así mostrarse con el rostro desnudo frente a un mundo que demanda capas y capas de maquillaje. Autodidacta, con breves pasos por talleres, primero debió esquivar la tradición familiar: ser tendero, y encima no para ser, digamos, dependiente de farmacia, empleado de correos (destino que yo rechacé en mi momento) o maestro de escuela, sino pintor. Imagino las discusiones a la hora del almuerzo o la cena (momentos que las familias reservan para ello), porque no se trata de cosa fácil rehuirse, y más siendo un niño, a los dictados de una costumbre asentada y antigua. Pero aquel niño se impuso. Fue, desde el primer momento, aunque no asistiese ni un solo día a la escuela de bellas artes, desde sus inicios en el altillo de su casa paterna, en algún taller haciendo yesos o ante modelo vivo, un pintor. 

© 2013 Foto: Liliana Sánchez

¿Qué nos impulsa, desde muy temprano, incluso sin referencias cercanas, sin figuras próximas en las que vernos reflejados, a ser marinos, carpinteros, médicos, modistos, poetas, pintores? ¿Qué fuerza extraordinaria hizo que el hijo de inmigrantes sefaradíes, tenderos como sus antepasados, renegara de lo supuestamente inapelable, y eligiera el mundo del arte, leyera a Kafka y a Joyce, asistiera al teatro y al cine? Preguntas que me hago y lejos estoy de obtener una respuesta. Vuelvo al tema del desenmascaramiento y, luego de hurgar bastante en aquellos días del artista cachorro, encuentro algo que resulta esencial en Chab, desde aquella manzana sobre la mesa: una negación a lo convencional, a aceptar las reglas de lo establecido. El mismo niño que se negó a aceptar un oficio prefijado y acatado por generaciones, años más tarde pintó, durante todo un mes, una naturaleza muerta –la de la manzana sobre la mesa- cuyas sombras, según alguien, no correspondían a la proyección real de la luz. Eso a él no le preocupaba. Ni le preocupó jamás.

© 2013 Foto: Liliana Sánchez


En las obras de Chab hay belleza. Pero, ¿qué tipo de belleza? A esta pregunta podría yo responderla con frases de autores tan disímiles como Winckelmann, Wilde, Borges o Tagore, pero siempre quedará una porción –la más importante, la de su esencia- sumergida en las aguas del misterio. Lo dijo Dostoievsky: Es difícil juzgar la belleza: la belleza es un enigma. De todos modos, el modelo impuesto, en el siglo XVIII, por Winckelmann, a partir de una ilimitada admiración por lo griego y una concepción platónica, con algunos cuestionamientos —pienso en Piranesi, en Diderot—, pervivió hasta la irrupción de las vanguardias, en los primeros años del siglo XX. La frase de Breton —La belleza será revulsiva o no será— y la de Bataille —La belleza debe ser mancillada- indican sin duda una oposición a ese modelo y, al mismo tiempo, una apelación al deseo— cuya proliferación el poder restringe o banaliza a través de los medios de comunicación que le sirven-. La belleza, en Chab, es la de los surrealistas, la que no aparece por combinación de elementos cercanos o semejantes sino a través del choque de lo lejano o dispar – tal como pedía Lautrèamont-. De este modo surge lo maravilloso que, para Breton, es revelación, es bello. Pero bello no dentro de lo fijado, de los habituales parámetros, sino como sinónimo de inquietud, de perturbación. Una belleza surgida del conflicto profundo, el del subconsciente.


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