Carlos Barbarito | «Vanitas» de Virginia del Giudice,el arte de una objetóloga



Desnuda Materia Nº 1
Reflexiones sobre Arte y Literatura



En un viaje por la Patagonia conocí a un hombre que recolectaba piedras. Me contó que en su casa tenía un gran mueble vidriado donde exponía las más atractivas, iluminadas con dicroicas. El resto, en diversas habitaciones e, incluso, en el jardín, en el patio. No logró explicarme la razón de su hábito que, era evidente, iba más allá del mero gusto personal. No debe haber casa donde no se atesore algún objeto hallado en algún viaje, elegido de entre otros por un detalle que lo hacía diferente. En alguna parte(1) de su obra Victoria Ocampo cuenta de sus largas excursiones, en compañía de Roger Caillois, por los Alpes Marítimos y el Var. Una vez, estando en el mínimo desierto de Caussols (una bagatela comparado con las desoladas extensiones argentinas), Caillois recogió una amonita. Se la obsequió a Victoria quien la guardó. Luego de una discusión, ella la arrojó contra una roca. Horas más tarde, regresaron al lugar para recuperarla; ella la encontró. Esa piedra estuvo, en vida de Victoria Ocampo, sobre la chimenea de su cuarto. En aquel momento - dice Victoria- pensé supersticiosamente, que era un presagio. La amonita no podía quedar perdida en el desierto (en miniatura) de Caussols. Caussols me la devolvió, con su espiral, nítida. Y si de aficiones por las piedras hablamos, no me voy de Caillois y cito aquellas, como el ágata de Pirro, objetos de un magnífico estudio suyo(2). Ya no piedras con valor de talismán o de remedio, sino provistas de alguna singularidad, un carácter insólito -como las piedras con figuras o figuradas que, entre los siglos XVI y XVII, llenaron gabinetes de príncipes y banqueros-.




Virginia del Giudice se autodefine objetóloga. Nos dice: desde siempre he cultivado el pasatiempo de coleccionar disímiles cositas que encuentro con el propósito de que, en algún momento, en la sintaxis de algún montoncito, cuenten una historia, descubran un secreto o rindan un silencioso homenaje. No sólo piedras, muchos otros objetos, como espinas, caparazones, recipientes de cristal, etc. Pero Virginia no es sólo una coleccionista, si es que coleccionar es apenas eso, reunir objetos. En realidad, el coleccionista, de dedales, cuchillos, motocicletas, botellas de gaseosas, boletos capicúa... es, según Walter Benjamin, un ser con instintos táctiles. Al respecto, Alejandro Hernández Gálvezcomenta: Esta observación de Benjamin va más allá de apuntar una posible psicología del coleccionista y su origen en los instintos primitivos del cazador, el recolector o quien busca satisfacer sus pulsiones sexuales. Dibuja también un espacio específico para la colección y el coleccionista: "la posesión y la pertenencia -afirma- son aliadas de lo táctil y se oponen, de cierta manera, a lo óptico". El espacio en que se instala el coleccionista en relación con los objetos que colecciona es, entonces, un espacio táctil y no un espacio óptico. Ahora, teniendo en cuenta que Virginia es fotógrafa, ¿cómo se produce el pasaje de lo táctil a lo óptico, es decir a lo contemplativo? Recurro nuevamente a Hernández Gálvez: Si somos consecuentes con los argumentos de Benjamin, el espacio propio de la colección -de la pertenencia y la posesión, como él lo llama- es siempre el campo de lo táctil y, por lo tanto, habrá que suponer que la recepción de una colección se da por vías de la costumbre y el uso y no mediante la contemplación atenta. ¿Qué pasa entonces cuando una colección -resultado inocuo de una perversión privada- pasa a ocupar un espacio que, según lo planteado por Benjamin, no le es propio, un espacio público y expresamente dedicado a la contemplación como lo es el de los museos y galerías? Trato de responder a la pregunta, con las aclaraciones del caso. Virginia reúne objetos de manera privada y hace pública la imagen de esos objetos, reubicados con intención estética. Trueca lo táctil y privado, el goce individual y secreto, en un deliberado propósito de exhibir, sí, pero no los objetos sino sus fotografías donde los objetos han sido dispuestos, en este caso en particular, para perpetuarlos como una mirada moralizante sobre todo lo que por el solo hecho de ser ya ha dejado de ser-lo. Retoma la antigua tradición de la naturaleza muerta, que el arte moderno no olvidó, en su peculiar aspecto y contenido de Vanitasextendidas sobre todo en los Países bajos durante el Barroco (Pieter Claesz,, por ejemplo).



Moralizante, dice Virginia. En las vanidades este propósito es evidente y central: representar la fragilidad y brevedad de la vida. El objeto más común es el cráneo humano, aunque hay otros varios más (uno de ellos, la fruta pasada, aparece sobre dos pequeñas piedras en una fotografía suya, Limón sutil). La calavera no aparece en las obras, en ellas se recurre a cráneos y huesos de animales, lo que no implica que el tema quede atenuado. Al contrario, la representación del tiempo que pasa, de la fugacidad de la vida, me parece, que, incluso, se potencia. A través de espinas dispuestas sobre un plato, viejos libros, flores secas, valvas y botellones, entre otros objetos, cada fotografía nos recuerda la eterna acechanza de la muerte que convierte a nuestros actos, por más importantes que nos parezcan, en fugaces, evanescentes.

No olvido que la fotografía es un arte y una técnica. Virginia eligió para esta muestra el paladiotipo, cuyo representante máximo sea Alfred Stieglitz, del que la propia artista nos dice: "Estas copias se logran emulsionando papel de algodón de gran calidad con una mezcla de químicos a base de paladio, un metal que es mucho más noble que la plata usada en las copias tradicionales. Al paladio le he agregado en este caso un porcentaje de oro, lo que da una copia final que técnicamente debe llamarse “paladiotipo tonificado al oro”(3). Cultora de un proceso raro entre nosotros, es más: no tengo noticias de otro fotógrafo que recurra a él, aprendió el oficio en Estados Unidos; descubro recién aIsabel Muñoz, quien también se sirve del virado al paladiotipo sobre papel acuarela, pero para fijar desnudos en vez de bodegones, naturalezas muertas, obras arquitectónicas y paisajes. No resulta azarosa la elección del paladiotipo, porque al tener negativos con tanto detalle, en la copia pueden verse definidas las formas y texturas más imperceptibles, pero al mismo tiempo la emulsión, que ha penetrado la pulpa del papel, tiene una textura muy orgánica, de manera que la sensación visual es la de estar observando una especie de terciopelo(4). En sus treinta obras expuestas, Virginia retoma dos asuntos de extrema gravedad: vanidad y muerte. Lo hace con un modo de trabajo que no desdeña la belleza. Y nos recuerda, a nosotros que bebimos vino y charlamos amablemente el día de la inauguración, que hay lugar para un poco de frivolidad en medio de tamaño acecho. O, tal vez, la artista nos acerque un consuelo, un modo sutil de engaño, para que la angustia -luego del brindis y las risas- no nos sorprenda al recibir en pleno rostro, ya en la calle, el primer golpe del viento otoñal.

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Notas

(1) OCAMPO, Virginia, "Roger Caillois y el intercambio cultural", en Roger Caillois y la Cruz del Sur en la Academia Francesa. Buenos Aires, Sur, 1972.
(2) CAILLOIS, Roger. "El ágata de Pirro (la imagen conjetural)", en Imágenes, imágenes... Traducción de Dolores Sierra y Néstor Sánchez. Buenos Aires: Sudamericana, 1970.
(3)y (4) http://vigabajoelagua.blogspot.com/search?q=Vanitas

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