Carlos Barbarito | Jean Cocteau: La poesía, colmo del lujo


Desnuda Materia Nº 3
Reflexiones sobre Arte y Literatura


Recurro, en irrespetuosa paráfrasis, a Kierkegaard: La poesía tiene su lugar determinado; o, mejor dicho, no tiene lugar en absoluto, y ésta es cabalmente su determinación (1). Y del Sócrates de Copenhague, con la misma irrespetuosidad, tomo prestada una afirmación de Cocteau: La gente exige que se le explique la poesía. Ignora que la poesía es un mundo cerrado donde se recibe muy poco y donde, a veces, incluso no se recibe a nadie(2). Casa sin domicilio preciso que recibe a pocos, con frecuencia a nadie: la poesía. ¿Dónde hallarla? ¿Cómo habitarla siquiera por un momento? Aquí la razón de su misterio. Aquí, también, la razón de su condena a sótanos y extramuros, por no revelar su ubicación precisa, por orgullosa, por vincularse con minorías.









Sí, Cocteau, un poema es el colmo del lujo; aclara el francés: …  es decir de la reserva, todo lo contrario que la avaricia. Y enseguida: Un verdadero poeta se preocupa poco de la poesía. Del mismo modo que un horticultor no perfuma sus rosas. La somete a un régimen que perfecciona sus mejillas y su aliento. Despreocupación del poeta que otros confunden con ejercicios, notas, meros apuntes. Palabras al azar. Hace rato sabemos algunos -no todos- que la poesía dispone de muchos menos medios de los que se creía, que son escasos quienes logran percibir el grado de concentración en esas supuestas anotaciones. Y que no se haga alguien ilusiones: un poema es fruto de una conversación del poeta consigo mismo, se dispone según el estado de ánimo de su autor, se ciñe a lo que el autor tiene como regla --que puede variar con el tiempo--. Poemas que otros tomarán, movidos por el interés, la curiosidad, harán suyos por un proceso de identificación, rechazarán o ignorarán. A no olvidar, un poeta trabaja para sí. Pero puede conmover a otros. A pocos, pero puede.


Jean Cocteau con máscara, por Berenice Abbott, 1927


El secreto está en tornar irreconocible el motivo que originó el poema. Que el lector no logre descubrirlo, por más que se esfuerce. Si lo averigua, el poema se desinfla y cae. El poema debe ser persistente misterio, animal que huye un instante antes de caer en la trampa. Poliedro que muestra una de sus muchas caras por un momento y luego otra y otra. Arbol con innumerables ramas y raíces muy profundas, inalcanzables aun para quien dispone de herramientas para cavar.

Muñíz, Buenos Aires, mayo 1, 2008



(1) Kierkegaard habla del pecado, Samler Vaerker.
(2) Jean Cocteau, Essai de critique indirecte.

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